Me he animado a subir este relato, ya conocido para algunos por haberlo publicado antes en alguna red social, como pequeño homenaje a un corzo que me hizo disfrutar y aprender, pero también como muestra de mi forma de entender y practicar la caza de este mágico animal.
Para situar la historia, vivo en la zona norte de Navarra y pese a disponer de praderas o zonas de siega, por diversas razones, me gusta más cazar dentro del monte y en lugares apartados.
La zona en la que se desarrolla el relato, está marcada por su gran pendiente y densa vegetación, dominada por hayales y algún pequeño claro disperso.
El primer encuentro con el protagonista se dio allá por el 2019, una tarde de mayo en la que realizaba una espera a otro viejo conocido. Como tantas otras veces, el animal razón de mis desvelos no hizo acto de presencia, pero en su lugar, el protagonista de la historia me entro a escasos 15 metros, comiendo tranquilamente y sin percatarse de nada.
En ese momento me pareció un animal relativamente joven, pero de mala genética. El que tuviera la parte superior de la cuerna plana y con la punta superior y la contraluchadera unidas le valió el nombre de "Espátulas". El video que muestro a continuación es del día siguiente del primer encuentro.
Durante el 2020, por diversas razones, no hice demasiado fundamento en el seguimiento de este corzo. Hice algunos intentos, pero no recuerdo llegar a verlo y tampoco tengo muchos vídeos suyos. Pero confirmé que seguía en su territorio y viendo su desarrollo, subió puestos en la lista de objetivos. En este video puede apreciarse la clave para reconocer a este ejemplar más allá de su cuerna, el corte en la oreja izquierda.
La temporada del 2021 fue diferente. Empecé la pretemporada con tiempo, todo lo que me permiten las circunstancias del lugar, y pronto comencé a confirmar la presencia de machos conocidos y algún ejemplar nuevo. No me olvidé de seguir su rastro y colocar alguna cámara centrada en el individuo que nos ocupa y para mediados de marzo ya disponía de esta grabación. Mismo territorio, mismo patrón de cuerna y ese característico corte en la oreja, no había duda, la partida seguía en juego.
La temporada seguía adelante y este vídeo fue el que lo bautizó como "El tuerto" e hizo que mis ganas de darle caza se multiplicasen. Me podía la curiosidad. ¿Qué le habrá pasado en el ojo? ¿Una enfermedad? ¿La cornada de otro corzo? La temporada avanzaba y no era capaz de centrar del todo sus movimientos, había que hacer algo, este corzo no podía quedarse en el monte otra temporada.
Al final, tras no pocas vueltas mirando rastros, conseguí definir el centro de su territorio. Allí encontré un buen lugar para la cámara, un punto en el que convergen varios senderos y donde en pocos metros se concentraban escodaduras.
En una de las vueltas tuvimos un encuentro a pocos metros. Me detectó por el ruido de mis pasos en la hojarasca seca y se metió en un helechal. Pero por su reacción y la dirección del viento, sabía que no tenía claro qué era lo que se había metido en su territorio, decidí apelar a su territorialidad y jugar el lance. Tras varios minutos intercambiando ladridos y ruidos de marcaje en el suelo, y no sin intentar varias veces cogerme el aire dando rodeos, conseguí que se decidiera a salir del helechal a escasos 15 m. Pero lo hizo más a la izquierda de lo que esperaba y el movimiento de giro me delató. ¡Ganó la partida, pero qué partida!
La cámara tardó poco en mostrarme que estaba en el lugar apropiado, me aportó el registro más detallado que he conseguido nunca de los movimientos de un corzo, la cámara captó al "Tuerto" once veces en siete días. ¡Ya tenía clara la estrategia, pero faltaban muy pocos días para el 31 de julio, comenzaba la cuenta atrás!
Llegó el día, el último día. Comenzaban las fiestas de mi pueblo y se notaba en el ambiente, pero yo seguía con otra cosa rondando por la cabeza. Tenía que intentarlo una última vez. Como suele ser necesario en esas fechas, buen madrugón y antes de que empezase a amanecer ya estaba subiendo a buscar un último encuentro.
El día estaba malo, muy malo para la fecha. Lluvia y frío constantes, con ratos en los que entraba la niebla. Al mismo tiempo, y sin que yo fuera consciente de ello, el corzo en cuestión se afanaba en expulsar a un añal que osó entrar en su territorio. Una vez más, tenía las probabilidades en contra, y en este caso iba desmoralizado. Pero en la caza nunca se sabe, menos si cabe, al tratarse de corzos...
Con el tiempo que hacía, no veía muy probable que el corzo estuviera activo, pero la fecha me daba alguna esperanza y además tenía a mi favor el hecho de que con la lluvia podía caminar sin hacer apenas ruido. Aproveché esto para meterme al centro de su territorio y parecía que no me había sentido. No podía andar muy lejos, por lo que decidí utilizar el reclamo. Parecía no tener éxito, hasta que todo cambio en la tercera ubicación en la que lo intenté.
Me encontraba mirando al mayor de los claros de su territorio, un punto en el que llegaba a ver hasta unos 70 u 80 metros por debajo de mí. Tras una breve espera, toqué el reclamo unas pocas veces, intentando hacer el ruido de la hembra, y casi de inmediato, todo se precipitó. Sentí un galope a mi espalda y para cuando giré la cabeza, tenía al tuerto corriendo hacia mí a escasos 30 m. Otra vez, el giro me delató, pegó un quiebro y volvió sobre sus pasos, adentrándose en la espesura, la historia se repetía. Por un momento, pensé que todo había terminado, pero me di cuenta de que con el susto había corrido en dirección contraria a su territorio. La experiencia previa con este animal me decía que iba a intentar volver a su querencia y todavía existía la posibilidad de cortar su huida.
Sin moverme del sitio, volví a girarme y me preparé para tirar hacia el extremo del claro que controlaba, un pequeño llano por el que sabía que acostumbraba a cruzar. Al poco tiempo de prepararme, parecía mentira, pero el corzo aparecía al trote justo donde lo esperaba, buscando su querencia.
Lo paré con el reclamo, con la mala suerte de que la rama de un haya se cruzaba en la trayectoria de la bala. No podía tirar, me arriesgaba a tocar alguna rama y fallar el tiro, o algo peor. Esperé un par de segundos, que se hicieron eternos, y cuando el corzo echó a andar, volví a hacer sonar el reclamo. Tras unos pasos, su curiosidad le jugó una mala pasada y volvió la cabeza, parándose a mirar qué era lo que emitía ese sonido. Esta vez no tuvo tanta suerte, estaba preparado y la trayectoria de la bala estaba despejada. Nos separaban unos 70 m y estaba ligeramente cuarteado, viéndole perfectamente uno de los costados y la parte trasera. Era el momento, estabilicé la cruz, amartillé el rifle y apreté el gatillo hasta que el disparo me sorprendió.
A diferencia de lo que me suele ocurrir normalmente, pude ver la reacción del corzo, que hizo un gesto raro con la pata delantera y desapareció entre las hayas. Mi moral se derrumbó, no podía ser, solo me pasaba una cosa por la cabeza, el disparo había alcanzado ``Al Tuerto´´ en una pata y había arruinado una gran temporada el último día.
Al contrario de lo que debería haber hecho, bajé inmediatamente al lugar del disparo, no encontrando ni rastro del corzo. Cada vez pintaba peor, por su reacción sabía que lo había alcanzado, pero no tenía rastro de sangre que seguir, mi única pista era la dirección en la que lo había visto perderse.
A la desesperada, decidí inspeccionar la dirección en la que fue, haciendo medios círculos alrededor del lugar del disparo. Al segundo intento, a una distancia de no más de 25 o 30 metros del disparo, y sin haber visto ningún indicio, allí estaba. Tendido entre unas ramas, con un disparo que le entraba por detrás del codillo y salía por la parte delantera baja del pecho, yacía muerto "El Tuerto".
Una vez más, sentimientos encontrados. Por un lado, la alegría de conseguir el objetivo, dar caza a un corzo de mala genética y regresivo, tal y como su dentadura me confirmaba, después de tres años de seguimiento. Alegría intensificada más si cabe por el susto de haberlo herido y su posterior cobro. Pero, por otro lado, ya no nos volveríamos a medir, no volvería a ver su desarrollo otro año más. Solo quedaba dar las gracias por todo lo vivido y aprendido, aprovechando toda su carne y conservando su recuerdo. ¡Recuerdos que no se olvidan!
Este corzo todavía guardaba una última sorpresa, es el primero de mi pequeña colección que tiene colmillos. En este caso, además, en uno de los lados presentaba dos colmillos, supongo que fruto de no haber perdido el de leche.
La mandíbula inferior nos muestra que, en efecto, se trata de un corzo cumplido, al que yo no echo menos de 6 o 7 años.
Sobre su peso, y para hacerse una idea de sus dimensiones, he de decir que pesa 345g, un valor perfectamente representativo de lo que dan aquí la mayoría de corzos adultos.
Beñat Araña Soraluze
Que gran relato, que bien documentado y que magnífico seguimiento!! Al final los trofeos nos evocan emociones y recuerdos más allá de los puntos CIC que puedan arrojar, enhorabuena por el "espátulas".
Saludos





