Desde hoy 1 de julio al 15 de agosto, ambos inclusive, se podrá participar en este post en la Tercera Fase del concurso fotográfico de la ACE en este 2024.
Las bases del concurso se encuentran en el siguiente enlace: https://xn--asociaciondelcorzoespaol-mlc.com/foros/fotografias/concurso-fotografico-de-la-ace-2024/
Para poder participar el autor debe subir las fotografías, ya sea bien con un texto o sin él, en este post. Además, el autor debe de estar perfectamente identificado con nombre y apellido, ya sea en el perfil del usuario o en el propio post.
Muchas gracias de antemano por vuestra participación.
Administración.
Fotos a tener en consideración en el concurso fotográfico ACE, Tercera Fase.
Hemos superado el solsticio de verano. Cada día que pasa, la oscuridad le gana un minuto a la luz, lo que empieza a ser notorio. Ya no amanece tan temprano (empezando a ahorrarnos madrugones) y los atardeceres llegan antes. Pero, como contrapartida, entramos en el periodo más caluroso del año. La canícula, período canicular o días de canícula en el hemisferio norte. El calor, en pocas palabras. La cercanía del sol impone su tributo a los habitantes del monte en forma de temperaturas elevadas y sostenidas durante todo el día, solo pausadas durante la noche, cuando refresca. Las dinámicas de los corzos entran en consonancia en una nueva etapa. El amarillo domina. Toda la exultante vegetación traída por la primavera comienza a marchitarse. Las charcas y aguaderos están en su mayoría secos y agotados. Es un periodo complicado. Los desplazamientos se limitan. Las franjas horarias de actividad se estrechan.
La hembras se acompañan todavía de sus crías, que ya alcanzan casi el mismo tamaño que sus madres y se muestran seguras de sus capacidades, alejándose cada vez más de ellas, aunque aún mantienen la unidad familiar. Transitan tranquilas en los praderíos que ya están secos una vez concluido el ciclo del herbazal y que por su altura casi los engulle. Concentran su actividad en las primeras y últimas horas del día para campear, aprovechando los recursos del medio que ya empiezan a escasear. Se les suele ver en las lindes que marcan el monte y las zonas de labor.
Como sucede en la mayor parte de los casos, la mano del hombre deja su impronta. Las estepas cerealistas están en el momento de madurez del cereal, que ya se ha desarrollado y está a la inminente espera de su recogida. Mientras esto sucede, los corzos aprovechan la oportunidad que se les ofrece y degustan el grano maduro todavía en los campos, dándose festines patrocinados por el agricultor. Es entonces cuando buscar a los ejemplares embebidos en los campos de trigo se convierte en una entretenida labor hasta que se localiza poco más que su cabeza emergiendo sobre el mar amarillo.
Grandes machos solitarios, jóvenes inmaduros, ejemplares singulares… todos se dan cita en los campos de trigo mientras hacen acopio del nutriente que les ayudará a afrontar el final del verano con garantías.
Y, de repente, el suministro se corta drásticamente. Los campos se siegan y el mar de espigas da paso en una sola jornada a un campo limpio: los rastrojos. Es posiblemente el punto de inflexión de este periodo. La época de abundante nutriente al alcance de la mano termina. Todavía las tierras de labor siguen siendo atractivas y concitan la visita de los corzos, que ramonean los granos caídos en el campo y los tallos que han sobrevivido al paso de la cosechadora. Pero ya hay que empezar a buscar fuentes alternativas de alimento y se vuelve la vista de nuevo a lo que el monte ofrece espontáneamente. Además, en los rastrojos se saben más expuestos y se muestran mucho más precavidos. El calor, mientras, aprieta sobremanera y derrite el termómetro.
Es entonces cuando se produce. En cada territorio sigue unos tiempos similares, gobernados principalmente por la temperatura y el fotociclo. El corzo, el más menudo de nuestros cérvidos, entra en celo. Una estrategia evolutiva que les lleva a adelantar su periodo reproductivo al menos un par de meses respecto a sus hermanos mayores ciervos y gamos. Sucede normalmente en los últimos compases del mes de julio y se concentran en varias semanas de vorágine. Las hembras se muestran receptivas entonces y los machos acuden ávidos en su búsqueda con el objetivo de aparearse. Las lenguas de monte y las zonas de labor recientemente segadas actúan ahora de escenario en el que se suceden las carreras de los galanes detrás de las hembras. Normalmente, un macho domina una zona en la que se dan cita una o dos hembras, copula con ellas y mantiene alejados a otros machos, a los que no duda en agredir violentamente si osan acercarse a los territorios de apareamiento que controla. Este periodo no se prolonga demasiado en el tiempo y deja exhaustos a los machos, que una vez concluida su labor reproductora se retiran a lo más cerrado del monte a recuperar el aliento. Las hembras preñadas, mientras, recuperan una aparente rutina y vuelven a sus careos diarios esperando el cambio de ciclo estacional que se producirá a finales de agosto. Mediante el mecanismo de la diapausa, el desarrollo de los embriones se ralentiza y el final de la gestación coincidirá de nuevo con la primavera del año siguiente.
Las primeras lluvias harán brotar la ricia y los montes poblados de quercus proporcionarán las primeras bellotas melosas para afrontar el incipiente cambio de estación que sin embrago aún no se intuye. Aún hará calor hasta bien entrado el mes de septiembre. Pero el ciclo vital del corzo ya ha superado otro de sus momentos críticos y las nuevas generaciones de corcinos ya están en el seno de sus madres.