Comentábamos en una entrada anterior que la actividad cinegética y su intesidad afectaban a la detectabilidad del corzo y que era esperable que con el paso del tiempo, y en función del número de cazadores y de los reiterado de la actividad, los corzos mudasen de comportammiento y aun de áreas de campeo. ¿Por qué sucede esto?

Podría pensarse que es un comportamiento reactivo pero en realidad es un mecanismo adaptativo que se produce en todas las relaciones depredador/presa y que puede adoptar distintos grados de compromiso. Los modelos de modificación del comportamiento y dinámica poblacional entre grandes carnívoros y presas herbívoas ha sido descrito bajo el concepto de la Ecología del miedo .

 

 

Se define este término como la fusión de los comportamiento óptimos de predadores y presas y las consecuencias en sus comunidades. Al menos es lo que plantearon Brown, Laundré y Gurung en su trabajo The ecology of fear: optimal foraging, game theory, and trophic interactions (1) y que intenta explicar los escenarios de relación entre depredarores y presas basados en el miedo de las segundas hacia los primeros.

Se trata de un complejo trabajo de revisión y modelización sobre la interacción que se produce en los distintos contextos de la depredación, y cómo presas y depredadores modifican su comportamiento y cómo las mismas les afectan positiva o negativamente su demografía.

Creo que estos modelos tienen aplicación para entender lo que sucede en la caza, cómo la actividad cinegética es capaz de modificar el comportamiento y la dinámica de las poblaciones y cómo es posible que iguales densidades la eficacia de la caza pueda variar de tal manera.

Así, por ejemplo, se explica que los depredadores -como somos nosotros cuando cazamos- pueden modificar los hábitos de alimentación y el reparto del tiempo dedicado a la vigilancia, o bien produce un desplazamiento de las presas a otros hábitats. Es curioso que esto último puede mejorar sensiblemente el estado sanitario y forma física de las presas. Por ejemplo ocasionando una reducción del contacto de las mismas con sus parásitos u ofreciendo nuevas zonas de forrajeo.

Las interacciones son múltiples en ambos sentidos, si bien los escenarios se pueden resumir en los siguientes: 

1.- Que la presa tenga un perfecto conocimiento del paradero o estrategia del predador. La optimización del comportamiento de la presa ocasiona una desestabilización de la interacción. Un incremento del número de presas, en esta situación, realmente reduce la eficiencia de su captura motivada por el incremento de los fallos y en consecuencia el fortalecimiento del comportamiento defensivo.

 

 

2.- Que la presa tenga información del número de depredadores pero no de su localización o estrategia de caza. En este caso su miedo tiende a estabilizar fuertemente la respuesta. Un aumento del número de presas o el descenso del número de depredadores aumenta espectacularmente la eficiencia con la que un depredador puede capturarlas.

 

 

 Foto: Antonio Vázquez. http://www.sierradebaza.org

3.- Que la presa tenga un conocimiento imprefecto del paradero del depredador. En este caso la presa selecciona el mínimo nivel de aprehensión, que responde al número de presas, a su estado, a la tasa de alimentación y al número y características del depredador. También determina la capturabilidad de las presas y la calidad del cazadero, así como el tiempo en el que el cazadero resultará valioso. Este tercer modelo es robusto y persistente. Si el depredador se hace raro la presa modifica su comportamiento reduciendo su nivel de alerta. En estas circunstancias el depredador es muy eficiente y logra un alto grado de estado físico.  

En definitiva, un número bajo de depredadores puede ser sostenido por un número bajo de presas en el modelo 3. Si el depredaror se hace más abundante, o es más insidioso, las presas se hacen más difíciles de capturar. En estas circunstancias el depredador pierde eficacia y se requiere una población más abundante de presas.

La conclusión la Ecología del miedo para un cazador es que una actividad moderada, con un cambio frecuente de estrategias de caza, permite una caza eficiente en poblaciones con un número bajo de presas. A medida que nuestra presencia es más continua, hay más cazadores, o somos menos eficientes, es necesario que aumente el tamaño de la población.

Pensemos ahora cuál es nuestra situación, cómo gestionamos nuestro coto y cuál es la tasa de eficacia de nuestras salidas de caza. Después ajustemos la ecuación. 

 

 1.- Brown, J.S., Laundré, J.W., Gurung, M. 1999. The ecology of fear: optimal foraging, game theory, and trophic interactions. Journal of Mammology, 80(2); 385-399.